lunes, 28 de septiembre de 2009

HISTORIA DEL GARBANZO

Hace seis mil años en el altiplano de Konya, lugar situado en el corazón de Anatolia, Turquía, los hombres y mujeres del neolítico fundaron una decena de ciudades aprovechando el clima favorable de aquellas tierras donde la humedad es aceptable y las lluvias alcanzan una media de 200 mililitros al año, el lugar ofrecía un campo de experimentación para estos asentamientos facilitando una agricultura primitiva y donde no era necesaria la irrigación para recoger las cosechas.



En el siglo XX los arqueólogos estudiaron las ciudades de Hacilar y Catal Huyuk donde encontraron los primeros vestigios de la domesticación de la planta del garbanzo, así como las de guisantes y lentejas entre otras leguminosas. Este hallazgo es tan importante, dado que es el primer vestigio en el que de forma cierta se tiene constancia del cambio entre el hombre forrajero y el recolector, que cuando se estudie todo el conjunto de ciudades encontradas, entre las que se encuentra también Can Asan III, con una superficie de doce hectáreas, puede cambiar el concepto y la perspectiva histórica de la domesticación de los alimentos y los animales por el hombre.


Desde aquí, en forma radial, las plantaciones de leguminosas se extendieron en primer lugar por los territorios cercanos, prueba de ello son los vestigios encontrados en la ruinas de Jericó que datan de principios de la edad del Bronce o en Irak.


Se sabe que a finales de la edad de Bronce los garbanzos estuvieron presentes desde los Jardines Colgantes de Babilonia hasta la isla de Creta, donde se guardaban en grandes recipientes de barro para su conservación, pasando por las ofrendas fúnebres en los enterramientos de la isla de Chipre.


En Egipto se tiene constancia de la existencia del garbanzo entre 1580 y 1100 a.C. donde se le conocía con el nombre de ‘cara de halcón’, por su parecido a la cabeza de este animal, y se cocinaban poniéndolos en remojo para después cocerlos o freírlos con especias antes de hacer un guiso con ellos.


Es en la Iliada en su canto XIII, titulado ‘Batalla junto a las naves’ donde por primera vez se tiene una constancia literaria , se habla de los garbanzos cuando dice: “El Priámida dio con la saeta en el pecho de Menelao, donde la coraza presentaba una concavidad; pero la cruel flecha fue rechazada y voló a otra parte. Como en la espaciosa era saltan del bieldo las negruzcas habas o los garbanzos al soplo sonoro del viento y al impulso del aventador, de igual modo, la amarga flecha, repelida por la coraza del glorioso Menelao, voló a lo lejos”.


En el siglo VII a.C. ya se comían los garbanzos y las lentejas en forma de sopas en Roma, en concreto en Pompeya se almacenaban en grande ánforas para la exportación a todo el imperio y Plinio el Viejo cuenta sobre festivales en los que se lanzaban garbanzos sobre las cabezas de la gente los cuales los recogían como lo hacen hoy día los niños con los caramelos en las cabalgatas de los reyes Magos en España. También en su Historia Natural, Plinio, cuenta un remedio para que desaparecieran las verrugas, el cual consistía en poner dentro de una bolsa tantos garbanzos, alubias o granos de trigo como verrugas tuviera el individuo en cuestión, la cual debía tirarse por encima del hombro izquierdo, como vemos los prohombres de la antigüedad eran supersticiosos en extremo y también incultos vistos desde nuestra perspectiva.


El nombre científico del garbanzo es ‘cicer arietinum’ cuyo nombre deriva de cicer que es el nombre latino de la cosecha y arietinum por la forma de ariete o espolón de su semilla y lo anecdótico del nombre es que hubo épocas en la que se asumía el nombre de Marco Tulio Cicerón (106-43 a.), por pensarse que su apellido era consecuencia de tener una verruga en la nariz del tamaño de un garbanzo.


Con el tiempo y la riqueza de Roma este alimento fue perdiendo adeptos y ganado detractores hasta llegar un momento en el que era símbolo de mal gusto, incluso Plauto hace referencias en una de sus comedias a los comedores de garbanzos como algo cómico.


En España fue introducido por los cartagineses y se sabe que se recolectaba en Cartago Nova pasando a toda la península en poco tiempo por ser una planta que, una vez seca su semilla, puede perdurar durante mucho tiempo si no es atacada por el gorgojo.


Los primeros cristianos en el siglo III de nuestra era hacían fiestas en los cementerios para honrar a los difuntos, las cuales se llamaban Parentalia y que se celebraba desde el 13 al 21 de febrero, en estas fiestas los familiares llevaban ofrendas consistentes en vino, garbanzos, altramuces y habas, a tanto llegó su fama que se incluyó en las Feriae Publicae y fue el propio Quinto Septimo Florencio Tertuliano el que tuvo que arremeter contra esta práctica.


A los garbanzos se le atribuyó durante mucho tiempo poderes afrodisíacos, tanto es así que se pensaba en la Edad Media en Europa que el consumo abusivo de esta gramínea y otros alimentos flatulentos eran los causantes del priapismo en los hombres. También esta leyenda se extendió a los países árabes en los cuales se pensaba que tomando un cocido hecho a base de cebollas pulverizadas, mezcladas con miel a la cual se le agregaban los garbanzos también pulverizados y tomada dicha pócima poco antes de la llegada del invierno darían al hombre una gran fuerza sexual. De igual forma el comer gran cantidad de garbanzos hechos con leche de camella y miel podía dar unos poderes sexuales especiales.


En ‘Don Quijote de la Mancha’ Cervantes hace referencia directa e indirecta a los garbanzos, en concreto en el capítulo XII titulado: ‘De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote’ que dice por boca de Pedro la siguiente frase: Estéril o estil –respondió Pedro–, todo se sale allá. «Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: ‘Sembrad este año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota’.


En los libros coetáneos al Quijote cuando se habla de la ‘olla’ se referían a un cocido que debía llevar carnero, tocino, vaca, garbanzos, pimiento, azafrán, ajos, cebolla, repollo y perejil, algo muy parecido a lo que hoy se conoce como ‘el cocido’, tanto sea madrileño como andaluz.


En el año 1652 Nicolás Culpeper (1616-1654) publicó el primer tratado sobre plantas medicinales en Inglaterra, donde incluyó a los garbanzos bajo el auspicio de Venus, hay que aclarar que dicho libro, el cual he podido ojear, es un compendio de falsedades y supercherías donde se habla de las piedras de bezoar, de la cual pienso escribir, para contrarrestar los venenos y la influencia de los planetas en los poderes de las plantas comestibles; en concreto dice sobre los garbanzos lo siguiente:’Bajo dominio de Venus, son menos ventosos que las habas, pero alimentan más; provocan orina, y se piensa que aumentan la cantidad de espermas’. He de aclarar que Culpeper es hoy conocido en todas las herboristerías gracias a una marca que comercializa productos dietéticos.


En la India se utilizaba como medicina la exudación de la planta mezclada con el rocío y los escritores sanscritos le concedían propiedades astringentes.


A finales del siglo XVIII se utilizaban los garbanzos asados como sustituto del café, costumbre esta que casi llega a nuestros días.


Como curiosidad he de contar que en Sicilia se elabora un plato confeccionado a modo de cómo los primitivos tuvieron que elaborar sus alimentos antes de la invención de los pucheros de barro cocido y consistente en calentar piedras las cuales se introducen en un envase, ya sea de cuero o de arpillera mezclándolos con garbanzos y agitándolos enérgicamente hasta que estos están comestibles. Algo similar he observado en Vascongadas con la leche que se ponía en huecos de piedra y se introducía otra piedra que se había calentado previamente en la hoguera, estas deben de ser costumbres heredadas y ancestrales que han llegado hasta nuestros días.


Atrás quedaron en mi memoria cuentos como garbancito o los platos de garbanzos que me ponían en el campamento militar de mi juventud, los cuales estaban tan duros que nos servían para jugar a las bolas, o la utilidad que le dábamos en las manifestaciones contra el franquismo como si fueran bolas de rodamiento que se echaban en el suelo para que los pobres caballos de la policía resbalaran tirando de su montura a aquellos esbirros de la dictadura y también mi primer salto como paracaidista deportivo cuando di con todas mis costillas en una plantación de garbanzos, lejos, muy lejos, de la zona de saltos.





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